jueves, 24 de abril de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


OTOÑO-4ª PARTE

Vadin Rowling sería el mejor amante que tendría en mucho tiempo. Fueron a cenar al centro. Con él se sentía confiada. Fátima estuvo muy alegre durante toda la velada. Le compraron laddu y narkel, dulces hechos a base de leche, harina y azúcar.
Ella también disfrutó como una niña. En dos horas tuvo tiempo de conocer toda su historia. Era un hombre abierto. Así supo que su padre era un diplomático inglés y su madre maestra de escuela. Que le gustaban los coches deportivos y tenía vicio con las palomitas.  Sus padres vivían ahora en Londres y él, que siempre había vivido en Inglaterra, no quería renunciar a sus raíces. Por eso estaba allí. Llevaba un año como médico al servicio del Estado, para temas sociales.

-Pero después, ¿volverás?

-Sí, claro que sí. Allí tengo a mi familia.

Y la cogió de la mano con total naturalidad. María volvió a sentir ese calor extraño que recorrió sus entrañas la primera vez. Intentó disimular jugando con la pequeña. Pero él la miraba con insistencia.

Ella, sin embargo, optó por no contarle mucho sobre su vida. Tan sólo que era periodista y que había sufrido un percance durante una entrevista. Él no preguntó más, ni como había conocido a Fátima, ni como había conseguido sacarla de Pakistán.

Cuando llegaron al cuarto, sus manos todavía seguían unidas. La pequeña había comenzado a lloriquear y chuparse el pulgar, señal de que quería dormir.

-Bueno, has sido muy amable. Esta noche no la olvidaré.

-Yo tampoco.

Sus miradas seguían encontradas, traspasando mucho más que el cuerpo físico que los rodeaba. Ella no quería soltarlo y él no quería marchar.

-Si no tuviera a Fátima-pensó.

Se inclinó y la besó con tanta suavidad que el vello se le erizó.

-Tengo que entrar-le dijo-la niña está cansada y no tengo con quien dejarla.

Él sudaba, ella también. De repente, tuvo una idea.

-Dame un minuto.

Y entró como un huracán en la habitación. Marcó el número de recepción y una joven la atendió.

-Quería saber si tienen algún servicio de guardería.

La chica dudó, después afirmó.

-Sí, señora. No es algo formal, pero a veces cuido los niños de los viajeros cuando tienen que salir. Si espera diez minutos, subiré a su habitación y me indicará que hacer.

Vadin, por su parte, ya corría escaleras abajo para reservar otra habitación en la misma planta. María le dio instrucciones a la joven sobre la pequeña, que ya dormía sobre la cama que compartían.

-No te dará problemas, es muy buena.

Brinda, como se llamaba, era alta y morena, con el pelo negro hasta la cintura. Vestía unos vaqueros tan ajustados, que se marcaban como una segunda piel; pero llevaba un share en la parte superior y velo en el cabello. Un contraste entre dos mundos-pensó María.

También llevaba un libro.

-¿Estudias?

Ella sonrió.

-Sí, estoy en el Instituto.

-Bueno, aquí tienes mi nº de móvil, por si me necesitas. No estaré lejos.

Vadin la esperaba en la puerta, aunque era un hombre europeo, todavía tenía cierto pudor en algunas cuestiones. La joven sonrió pícaramente y se sentó en la butaca del pequeño balcón.

-No se preocupe, he cuidado muchos niños.


 
Cuando llegaron a la habitación nueva, él ya la estaba desnudando. Sudaban a causa del bochorno y la humedad, pero eso no importó. Sus manos se acariciaron mutuamente. Él fue tan impetuoso que ella se emocionó. Hacía mucho tiempo que no había estado con ningún hombre. Desde que rompió con su novio, cuando supo que estaba embarazada. Intentó pensar en los meses, pero eran demasiados.

Terminaron abrazados y despiertos, mirando como la luna llena se cubría de nubes.

-No quiero que creas que me acuesto con el primer hombre que veo, es que..

Él no la dejó terminar, le tapó su boca con la mano suavemente.

-No digas nada, no me importa. Sólo será una noche.

Ella lo miró, quiso ver a través de sus ojos grandes y oscuros, pero no lo consiguió.

-Sí, sólo una noche-susurró.

Y así permanecieron durante cuatro horas, en las que ni siquiera durmieron. Tan sólo se besaron y hablaron. María se sentía tan cómoda en sus brazos, que parecía que siempre hubiera estado así.

-Me parece conocerte de siempre-.le dijo.

-A veces pasa.

Ella se incorporó, tapándose los pechos con la sábana.

-A ti, ¿ya te ha ocurrido?

-Pues sí, alguna vez. No es la primera vez que lo hago.

-Bueno, lo supongo. Disculpa, es que hacía mucho tiempo que no estaba con alguien.

Se incorporó y comenzó a ponerse los pantalones. Él sonreía, todavía tendido.

-¿Ya te vas?, espera un poco, por favor. Fátima estará bien.

María sólo quería terminar de vestirse y salir de allí cuanto antes. Sabía lo que ocurriría si continuaba junto a él más tiempo. Era una enamoradiza empedernida que jugaba a ser liberal pero que soñaba con un príncipe azul que sabía no existía.

-Sólo existen capullos, unos más que otros-pensó.

En cambio dijo:

-No, debo irme, de verdad. Me preocupa alejarme tanto tiempo de ella.

Vadin se incorporó e intentó sujetarla, pero ella se zafó con habilidad. Le dio un beso rápido en la boca y el leve roce de los labios ya la estremeció.

-Ha sido muy bonito, pero tengo que irme, de verdad.

Y salió tan ràpido como pudo, alejándose de aquella atmósfera de enamoramiento absurdo de un desconocido, que quería evitar.

Brinda había cuidado a la niña muy bien. Ésta se había despertado pero había conseguido dormirla de nuevo cantándole alguna canción.

Le pagó y se tendió al lado de la pequeña. Durmió profundamente y tuvo sueños agitados en los que manos de hombre la acariciaban.

Cuando despertó, lo sabía, se había enamorado. Pero ¿Cómo podía ser si tan sólo lo conocía de un día?, ¿sería eso amor o desesperación?.

-No estás siendo realista. Concéntrate.-Se riñó a sí misma.

Para cuando dieron las nueve, las dos ya estaban vestidas y la maleta preparada. Faltaban aún unos días para que su vuelo saliera, pero el periódico le había conseguido una habitación en un hotel mejor, el JW Marriot.

-Te lo mereces-le había dicho Valentín-por todo lo que has pasado.

Preguntó en recepción por el hombre que reservó la noche anterior, si había dejado alguna nota o recado para ella, pero la respuesta fue negativa.

Se alejó en el taxi, mientras su corazón sentía una nostalgia extraña por algo que podría haber sido pero no fue.

El nuevo hotel era moderno y elegante. Tenía spa y gimnasio. Todo un lujo comparado con los hostales donde había tenido que alojarse. También tenía una guardería.

Lo primero que hizo, en cuanto estuvo en la habitación, fue llamar a Mercedes. Tanto ella como Marion le debían mucho. Había agilizado todo el papeleo de la adopción y no había tenido tiempo de agradecérselo.

El teléfono sonó tres veces y saltó el contestador. Le dejó un mensaje. Decidió entonces llamar a Marion, quería saber como estaba Celia. La llamaba todas las mañanas desde que estaba en la India. Así es como conoció la realidad de su amiga.

Marion cuidaría de sus hijos mientras Fernando estuviera en el Hospital.

-Pero no te preocupes, ella es fuerte-le dijo-Macarena está siempre con ella y bueno, ya sabes como son las enfermedades. Aunque sea grave, los niños son fuertes y tienen más posibilidades.

Oyó como Celia lloriqueaba a través del teléfono y se le saltaron las lágrimas. Su pequeña hija, a la que había dejado por la ambición de un reportaje. Su amiga, que ahora la necesitaba y con quien no podía estar en ese momento. Lo único bueno de todo aquello era Fátima. Por lo demás, aún no sabía si había merecido la pena.

-Marion, no sabes lo buena que es,-suspiró-…echo de menos a mi hija.

-Lo sé, María. Pronto estarás aquí. ¿Cuántos días faltan?

-Solo tres y estaré de nuevo en casa.

Marion no quería expresar su alegría, pero no pudo contenerla.

-¡Tengo tantas ganas de tenerla en mis brazos!; es lo que siempre he deseado. A veces creo, que nuestro encuentro no fue casualidad, que todo tiene un sentido, incluso lo malo. Aunque en ese momento no podamos verlo.

Y como María no podía abrazar a su hija, abrazó a Fátima, que se agarró a su cuello como si fueran a separarla de ella.

-Lo sé, Marion. Pero es que Mercedes no se lo merece. Primero su divorcio, después su hijo…

Ambas callaron, no había palabras. ¿Sería mala suerte?-pensó-. Y recordó la tarde en aquella cafetería donde la vio por última vez, pequeña y hermosa, con un genio tan decidido que le daba envidia. Recordó su sonrisa y sus problemas banales en la perfecta familia acomodada.

-Todos la queremos y estaremos con ella. Está deseando que vuelvas.

-Ya lo sé. Yo también. Dale un beso muy fuerte de mi parte. Intentaré llamarla más tarde. Un beso para ti también.

-Te quiero mucho, ¿lo sabes?

-Sí, lo sé.

Y colgó. El pecho le dolía. Hubiera deseado llamar a Vadin, si tuviera su teléfono,  y fundirse en sus brazos para olvidar lo que había de venir.

Decidió darse un respiro en el spa, dejando a Fátima en la guardería. Allí disfrutaría. Era una sala llena de juguetes de colores que le fascinaron desde el primer momento. Se agarró a unas muñecas de peluche con pelo anaranjado y se olvidó de ella. Mucho mejor. Así estaría más tranquila.

Compró un traje de baño en la tienda del hotel. Negro, sin pretensiones. Y el más barato también.

Dos horas entre burbujas de agua caliente y masajes, no habían sido suficiente para que olvidara lo que había pasado la noche anterior. Pensaba en él constantemente y quería evitarlo.

Por la tarde, ya más tranquila, organizó todos los apuntes que tenía sobre Bushra y lo vivido en Pakistán. Revivió los momentos en los que su vida corrió peligro, la huida sin saber a dónde y si saldría todo bien. Se sentía tan diferente en aquel país donde a la mujer todavía le quedaba tanto camino por recorrer.

-No me olvidaré de la promesa que le hice. En cuanto llegue a Madrid, buscaré los contactos que hagan falta para que puedan volver a su país y continuar su lucha.

Y ese pensamiento rondó por su cabeza hasta que llamaron a la puerta. No esperaba a nadie y para cenar irían al restaurante.

Un joven uniformado le dio una carta, que ella abrió a toda prisa. En ella, Vadin le decía que la esperaba en el hall, a las nueve.

Se emocionó, después se preocupó. ¿Cómo sabía que estaba allí alojada?. ¿Qué quería?.

Llamó de nuevo al servicio de guardería, se arregló como si fuera a tener una cita, aunque no estuviera muy segura. El único vestido que tenía estaba sucio y arrugado así que volvió de nuevo a los pantalones y camiseta. No podía hacer otra cosa.

A las nueve en punto María estaba en la entrada del hotel. Las manos le sudaban y tenía una emoción casi adolescente. En cuanto lo vio llegar, con rostro serio y aspecto despreocupado, supo que aquello no era una cita.

La saludó dándole la mano, con frialdad.

-Tengo que hablar contigo. Entremos en el bar, hay más gente y pasaremos más desapercibidos.

Ella lo siguió, él miraba alrededor como si temiera que alguien le siguiera.

Allí pidieron dos refrescos. Nada de alcohol, le había dicho, quería tener la mente despejada.

-¿Qué pasa?, ¿cómo has sabido que me alojaba aquí?

La miró con una media sonrisa. Tenía ojeras y la mirada apagada.

-Pregunté en el hostal, me dijeron el taxi que habías cogido y, bueno, ha sido fácil averiguarlo.

Tomó sus manos entre las suyas. Ella volvió a sentir calor en ellas, pero nada más, estaba a la expectativa de lo que tendría que decirle.

-¡Estás muy guapa!-exclamó.

-¿Para eso has venido?

Él agachó la cabeza y jugó con su vaso.

-No, debo decirte algo y es mejor que lo haga cuanto antes.

-Por favor, dilo ya. Me estás poniendo nerviosa.

La miró con tristeza.

-No puedes llevarte a Fátima.

María derramó el refresco y se levantó exaltada.

-¡Qué dices!, no pueden hacerme eso.

Le tiró del brazo para que se volviera a sentar.

-Por favor, escúchame primero.

Pero ella no entendía nada, tenía los permisos, el visado, el pasaporte y el informe favorable de Servicios Sociales, por cierto, expedido por él.

-He sido yo, he tenido la culpa. No debí pasar la noche contigo.

-Pero ¿qué dices?

-Verás, María, aquí las leyes son muy estrictas en algunas cuestiones. Ayer nos vieron juntos. Mi supervisor ha anulado el informe, cree que te estoy favoreciendo.

Se llevó las manos al rostro, no podía creerlo. Comenzó a llorar con rabia.

-Por favor, entiéndelo, pero no está todo perdido.

Ella levantó el rostro, todo sonrojado y alterado. Él cogió su barbilla en actitud paternal.

-Escúchame y tranquilízate.

María asintió y tomó un sorbo de la bebida de Vadin.

-Ahora, lo único que piden, es el procedimiento normal para cualquier niño que tiene que ser adoptado.

-¿Y cual es?

-Tendrá que pasar tres meses en un orfanato, dónde se le harán las pruebas necesarias para saber el grado de enfermedad. Después podrán llevársela, sus padres adoptivos, claro.

El pianista entró en el bar, la gente aplaudió. Comenzó a tocar la melodía de “Amélie” y sus notas se agarraron a su interior, volviéndola aún más sensible.

-Tú sabes tan bien como yo, que Fátima sólo tiene un retraso debido a la falta de atención. ¿No has podido hacer nada?

-Lo he intentado todo, de verdad. Pero la Jefatura de la Provincia ya ha emitido el informe. No consienten las relaciones entre los empleados públicos y las familias, están en el punto de mira por las denuncias de corrupción y ya sabes como es eso.

-Pero es absurdo, no lo entiendo. ¿Qué le digo a Marion?,  y la pequeña, ¿cómo va a sobrevivir sin una familia?.

-Aquí..-ella no le dejó hablar.

-¿Aquí?, ¿qué me vas a decir?, ¿que los orfanatos son hoteles maravillosos para los niños, dónde los cuidados son exquisitos y no pasan ningún tipo de necesidad?. Mentira, y lo sabes.

Se levantó llena de rabia.

-¿A dónde vas?, espera…

-No, no puedo, tengo que ver lo que puedo hacer. No me iré de aquí sin ella.

-Mañana por la mañana vendrán a recogerla. No puedes hacer nada, María.

Ella lo miró desafiante.

-Eso ya lo veremos.

Estuvo toda la noche despierta, llamando a unos y otros, al periódico, a abogados, tanto españoles como hindúes, pero no consiguió nada. A las ocho de la mañana, ella permanecía sentada en la cama, con Fátima en brazos, agarrada a su peluche y ajena a todo lo que le pasaría. La mecía cantándole nanas inventadas y esperando, con el corazón sobresaltado, a que sonara el teléfono.

A las diez menos cuarto, dos mujeres y un hombre, perfectamente identificados, se llevaron a la pequeña, que se alejó gimiendo y llorando. Ella sonreía, aunque la tristeza se la comía. Le dejaron toda la documentación y los datos del lugar donde estaría, el orfanato “Nueva Vida”.

-Al final sería su destino pasar por allí-pensó con amargura.

A pesar de que ella había tratado de evitarlo de todas las formas posibles.

-Puede venir, si quiere.

Pero no quería. Prefería no saber como sería. No pudo hacer nada. Se sentía derrotada.

Tenía que llamar a Marion y contárselo. Tendría que darle ánimos y explicarle que todo saldría bien. Pero ahora no tenía fuerzas. Se metió en la ducha y lloró amargamente todo lo que no lo había hecho hasta entonces.

Una llamada a la puerta la hizo reaccionar. Salió en albornoz a abrir. Allí estaba Vadin, igual de ojeroso que la noche anterior, con la misma ropa y aspecto de no haber dormido tampoco.

-Sabía que estarías mal-le dijo.

Y la abrazó con cariño mientras ella se refugiaba en su pecho.

-No te preocupes, sé que no confías en los orfanatos de aquí, pero todo saldrá bien. Yo te ayudaré.

María levantó el rostro, él le despejó el cabello mojado que le tapaba la frente.

-Si, yo. He dejado mi trabajo. Supongo que ahora necesitareis mi ayuda.

-¿Quién?

-Quien va a ser, tú y tu amiga. Si la aceptáis, claro.

Ella lo besó emocionada. Él la acarició de nuevo, como aquella noche, pero más despacio, sintiendo cada curva de su piel, como temiendo hacerle daño. Hicieron el amor y durmieron tan unidos, que no había espacio físico entre los cuerpos, porque se fusionaron en uno solo. Y si no fuera por la diferencia de color, nadie hubiera podido distinguirlos.

Para cuando se despertaron, ya eran las tres de la tarde.

-Venga dormilona, tenemos trabajo.

Ella sonrió por primera vez, desde que llegó al hotel.

-Ya intenté hacer algunas averiguaciones ayer, pero no conseguí nada.

Vadin la besó con amor, porque aquello era amor, no había duda-pensó María.

-Sí, pero hoy ya no trabajo para el Estado y soy libre. He hablado con mi padre, él todavía tiene contactos aquí.

Ella chilló y saltó de alegría sobre la cama, como si de una niña pequeña se tratara.

-Menos mal que no he llamado a Marion..-pensó.

Puede que, después de todo, sí volviera a Madrid con Fátima.

 
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martes, 22 de abril de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


PRIMAVERA. 3ª PARTE.

Aquel día sería el último, se lo prometió a sí misma y a nadie más. Dejaría de ir de hombre en hombre y de error en error. El terror que sintió antes del desmayo había sido suficiente y el temor de perder a una amiga había sido tan doloroso que sintió la verdadera esencia de al vida. ¿Cómo podía querer tanto a aquella mujer con la que discutía continuamente?, para ella significaba más que su propia familia.

Cuando despertó volvió a escuchar el mensaje para asegurarse de que estaba bien. Sí, era ella, estaba viva y la mujer de la sala forense no.  Ernesto había sido muy amable, incluso demasiado, pero ella necesitaba en ese momento compañía y no lo pudo rechazar.

-Te llevo a casa, no puedes conducir en tu estado.

Macarena lo miró, ya se había puesto la chaqueta y no aceptaría un no. Se dejó llevar sin hablar. Yacky les saludó nada más entrar con el escudillo en la boca.

-Pobre-murmuró-se me olvidó dejarte comida.

Se dirigió a la cocina, sacó un trozo de pechuga que aún conservaba en el frigorífico y algo de pienso. Lo devoró todo en dos minutos.

Ernesto la miraba hacer, apoyado en la pared. Seguía sonriendo, de esa forma  franca y abierta que hace que una persona tenga un atractivo irracional.

-¿Quieres tomar algo?-le preguntó Macarena.

-Sí, si tu quieres, después de la noche que hemos pasado, ¿verdad?

Ella abrió de nuevo el frigorífico; podría hacer unos bocadillos de jamón o queso y tenía vino.

Ernesto se quitó la chaqueta y cortó el pan, después sacó queso y sirvió las dos copas de vino. Realmente lo hizo él todo mientras ella miraba.

-Tienes una casa muy bonita.

-Sí, pero es de alquiler. Si la tuviera que comprar no sé si tendría el dinero suficiente.

Él miró hacia el patio, solado con bellas lozas de cerámica azul y roja.

-Pues podrías ponerla muy bonita. Fíjate el patio que tienes, de estilo andaluz, pero vacío. Necesitas plantas.

Ella sonrió. Ambos se sentaron en el salón, delante del televisor.

-Para plantas estoy yo. Con él tengo suficiente-y señaló al perro, que esperaba ansioso a que cayera alguna migaja.

Ernesto se recostó hacia atrás en el sofá y la miró fijamente. Ella subió los pies y él se los acarició.

-¡Que situación más típica!, me acaricias los pies y después qué…

Él se inclinó y la beso.

-Después lo que quieras.

Macarena rió y se abrazó a él con fuerza. Volvió a llorar, desconsoladamente. Esa noche se había abierto una herida aún sin cerrar y el recuerdo todavía le dolía. Lloraba por su madre, por la familia que siempre había querido y no tenía, por la chica de 25 años que murió sin que pudiera hacer nada, lloró por la que creía había sido la muerte de su amiga Mercedes, lloro por la soledad que sentía.

-Hoy sólo quiero dormir, ¿lo entiendes, verdad?

Juntos fueron al dormitorio y ella se acostó, sin quitarse la ropa.

-Abrázame, por favor, no te vayas.

Se quitó los zapatos y se tendió a su lado, abrazándola tan fuerte como pudo. Así quedaron dormidos. Ella sentía su calor y su respiración, tranquila y profunda, y le gustó. Era la primera vez que dormía en paz en mucho tiempo.

Así pasaron siete horas, hasta que el teléfono sonó.

-¿Sí?

Era Marion, su voz parecía preocupada y alegre al mismo tiempo.

-Macarena, te tengo que contar tantas cosas. Demasiadas para hacerlo por teléfono. Además, está lo de Mercedes.

Ella se incorporó.

-¿Le ha pasado algo?

-No, no, no es a ella. Es el pequeño Fernando, está enfermo. Bueno, ya te lo explicará. Es que pensaba que deberíamos estar con ella en este momento.

-Sí, por supuesto. ¿Están en casa?

-No, en el Hospital del Sur, ¿sabes dónde es?

Macarena se extrañó, Mercedes tenía el pediatra en su Clínica.

-Sí, sí. Nos vemos allí entonces.

-A las ocho, ¿te parece bien?

-Sí, falta media hora pero no estoy lejos.

Se metió en la ducha y dejo caer el agua caliente por su cuerpo aún cansado. Él seguía durmiendo y no quería despertarlo, así que le dejó una nota.

“Quédate si quieres, estás en tu casa”. Típica frase que se decía a veces aunque no se sintiera, pero ésta vez sí que la sentía. Ahora que lo observaba más despejada, lo vio dulce y sexy al mismo tiempo y se arrepintió de no haberse acostado con él.

Se puso el chándal y cogió el bolso. Volvió a echarle comida a Yacky y salió disparada, en el volkswagen azul de Ernesto, hacia el Hospital. Ya tendría tiempo de recoger su coche. ¿Qué le habría pasado a su amiga?, ¿tan grave sería lo de su hijo?.

En la entrada ya se encontraba Marion. Se saludaron y fueron a la cafetería.

-No quería preocuparte más de lo necesario-le dijo-pero Fernando está muy mal, ya nos contará Mercedes. Me ha dicho que ahora está tomando algo.

Cuando la vieron a lo lejos, sentada en la última mesa, toda despeinada y los ojos emanando tristeza como una fuente agua, supieron que era peor de lo que pensaban.

Se abrazó a ellas con desesperación.

-¡Menos mal que habéis venido!, me ahoga todo esto.

Se pidieron unos refrescos. Las tres fusionaron sus manos en una sola.

-Pero cuéntanos, ¿qué ha pasado?

Mercedes lo contó todo. Su alegría al haber ayudado a Marion a tener a su niña, que María traería en unos días de la India. Que quería celebrarlo haciendo las paces con ella y que su hijo enfermó. Que los médicos ya habían confirmado que sería hipertensión pulmonar, que ya había buscado en Google y el pronóstico no era bueno. Que aquello no le podía estar pasando a ella, que sería un castigo por ser mala madre y peor persona. Y lloró amargamente, mientras Marion y Maca se miraban en silencio y le daban esperanzas para algo que quizás no tenía remedio.

Y así permanecieron media hora, sin decir nada y en silencio. Mercedes miraba por la ventana como las estrellas brillaban en un cielo demasiado limpio para ser de ciudad.

-¿Sabéis lo que me ha dicho Manu?

Ambas se miraron, no sabían de quien hablaba.

-Que los ángeles te envían mensajes. Que en días como éste, las estrellas son ángeles que te llaman o algo así.

Maca sonrió con tristeza.

-Sí, puede ser. ¿Quién es Manu?

Los ojos de Mercedes la miraron, estaban más verdes que nunca y más vidriosos también. Ya no lloraban pero se encontraban rojos e hinchados.

-Es el celador, creo.

En ese momento un hombre grande y moreno se acercó a la mesa. Llevaba una bandeja en la mano.

-¿Se encuentra mejor?

-Sí, sí Manu. Mira, son mis amigas, han venido a verme. Son todo un apoyo para mí.

-Pues me alegro.

Y se alejó para sentarse en una mesa solo, mientras no paraba de mirar a Mercedes con insistencia.

-Pues sí, es el celador. Y no para de mirarte.-Maca le guiñó un ojo a su amiga. Sabía que no era momento de bromas, pero sólo quería arrancarle una sonrisa y lo consiguió.

-¿Puedes quedarte con los niños, Marion?, no quiero dejarlos otra noche aquí y bueno, no tengo a nadie más que pueda hacerlo.

Macarena no se sintió dolida, sabía que podía contar con ella pero tenía horarios disparatados y ajustados, lo que hacía difícil quedarse con ellos toda una noche.

-No te preocupes, bájalos y me los llevó.

Se despidieron en el aparcamiento. Cuando Marion se hubo marchado con los pequeños, Mercedes y ella quedaron solas frente a frente.

-Te he echado de menos-le dijo.

-Yo también. Necesitaba alguien que diera cordura a todo esto. ¿Crees que es grave?

Maca hubiera querido decir que no, que en un noventa y nueve por ciento se curaban, pero no era cierto. Sin embargo, le dio esperanza.

-Hay que esperar los resultados finales y ver que grado de hipertensión tiene. Pero hay muchas probabilidades de que sea leve y, en ese caso..

-¿En ese caso?, ¿a qué te refieres?-los ojos se le salían de las órbitas. Otra vez sin tacto, demasiado franca, aunque ¿no era eso lo que quería Mercedes?

-No te preocupes, por favor, él te necesita ahora. Yo vendré mañana y hablaremos con los médicos.

Y la abrazó con fuerza. Le sacaba una cabeza y rodeó el cuerpo de su amiga como si de una niña se tratara.

Mientras se alejaba con el coche, vio como le decía adiós con la mano, en una aptitud casi hipnótica, como si no fuera ella. Sintió una pena tan grande que le dolió el estómago. Su amiga no estaba bien.

-No faltaré ningún día. Mañana estaré con ella todo el tiempo que pueda. Hablaré con quien tenga hablar, puede que se hayan equivocado en el diagnóstico.

Cuando llegó a casa, Ernesto estaba despierto y veía la televisión, con Yacky en sus piernas.

-Veo que te has acomodado.

Él se levantó avergonzado.

-Es una broma, me alegra verte.

Y ambos se volvieron a sentar.

-¿Has podido ver a tu amiga?

Ella echó su cabeza hacia atrás y resopló.

-Sí, pero no está bien. ¿Cómo sabes a qué he salido?

Ernesto se inclinó sobre ella y la beso. Comenzó a acariciarle la nuca y bajo hacia su cintura, metiendo las manos debajo de la camiseta. Después llegó a sus pechos. Era dulce y tierno. Ella se dejó hacer.

-Cosas de hombres. Lo supuse por la preocupación que tenías ayer.

No subieron al dormitorio. Allí, en el sofá, ante la mirada atenta de Yacky, que se cansó de ser espectador y se marchó a su cesta. Sintió éxtasis y placer, sintió que algo se removía en sus entrañas. Pensó que quizás era eso el amor de verdad.

Terminaron durmiendo de nuevo abrazados, pero esta vez desnudos.
Ella notaba el latir de su corazón en su espalda. Él la besó una y otra vez hasta que ella se abandonó hacia un sueño profundo, dónde un tiovivo daba vueltas sin parar. No había niños, ni gente alrededor, pero sentía voces aunque no sabía muy bien de donde provenían. La música era antigua y se fijó que el carrusel. Los caballos y carruajes eran hermosos y de vistosos colores. Se paró y ella montó en uno de ellos. Volvió a dar vueltas. Disfrutaba como una niña. Cerró los ojos, recordando tiempos de su infancia, donde eran su madre, ella y nadie más. Cuando los abrió, un hombre delgado de avanzada edad se había sentado en el caballo de al lado.

-¿Quién es usted?

-¿No lo sabe?-le preguntó.

El hombre sonreía con sus dientes mellados. Tenía la piel arrugada y oscura. El pelo blanco, largo y brillante. En una de las manos llevaba una especie de vara.

El carrusel paró y la música también. El anciano le acarició el rostro con su mano antes de desaparecer.

-Tienes que volver-le dijo.

Y despertó con una extraña sensación de abandono. Ernesto seguía abrazándola pero no se encontraba bien. Le dolía el estómago y sentía náuseas. Fue al cuarto de baño y vomitó. Era la primera vez en mucho tiempo. Sólo con las primeras borracheras de adolescente, lo había hecho un par de veces. Después nada. Aquello era extraño y supuso que algo le había sentado mal.

Eran las siete de la mañana y no entraría a trabajar hasta las tres. Tenía tiempo de averiguar el grado de enfermedad de Fernando. Llamó al Hospital y se identificó como su pediatra, así supo que ya estaban los resultados, por lo menos el ecocardiograma y el cateterismo.

Salió tan rápido como pudo, no sin antes besar a Ernesto que dormía profundamente y dejarle una nueva nota. Cuando llegó al Hospital, Mercedes la esperaba con el alma en vilo, esperando que la interpretación de su amiga fuera más clara y optimista. Pero no fue así, Macarena se debatía en como decirle que el grado de hipertensión era severo, que la media de vida eran diez años, que no había cura y que tendría que tomar medicamentos de por vida.

La encontró en la puerta, fumando con nerviosismo y acompañada de Manu, el celador, que se alejó en el momento que la vio llegar.

-Has hablado con ellos, ¿verdad?, me lo han dicho.

-Sí, ya lo he hecho-y la besó en la mejilla.- ¿Porqué no entramos a la cafetería y hablamos?, tienes que comer algo.

Mercedes tiró el cigarrillo y se cruzó de brazos.

-No, mejor no. Ya me he tomado dos cafés, estoy de los nervios. Los médicos nos han dicho todo lo que nos tenían que decir-la miró a los ojos-, yo sólo quiero que me des esperanza.

Macarena resopló y le dijo la verdad. Intentó evitar los detalles más dolorosos, resumiéndolo en palabras que fueran comprensibles para alguien que no perteneciera al mundo de la medicina. También le ocultó que la esperanza de vida pudiera ser corta. No necesitaba saberlo y los médicos tampoco se lo habían referido. Después de todo, podía haber algún adelanto en todo ese tiempo que consiguiera la cura.

Subieron a la habitación, David estaba allí , tan cansado y ojeroso como ella. La saludó con la mano y salió de la habitación. Quizás estaba avergonzado por lo que ocurrió entre ellos. Pero a su amiga parecía no importarle la situación y, para ser francos, a ella tampoco. Hacía un tiempo que ya lo había olvidado. Nunca fue amor, sólo dependencia.

Fernando sonreía y dibujaba en su libreta. Le echó los brazos y ella lo besó.

-Me quedaré contigo, toda la mañana, mi turno es de tarde. Marion traerá después a los niños, cuando salgan del colegio.

Y ambas permanecieron sentadas y cogidas de la mano, en silencio, mientras observaban como el pequeño jugaba ajeno a su mal.

-He conocido a alguien-le dijo.

- ¿Sí, a quién?-respondió Mercedes aliviada por que desviara su pensamiento hacia un tema banal.

- Es un anestesista que trabajó conmigo anteayer, en urgencias. Hemos pasado todo un día y una noche juntos.

-Pues es algo nuevo para tí, ¿no estará casado?, ¿te has asegurado bien, verdad?

Y ambas rieron.

-Claro, amiga. Le pedí el libro de familia.

-Algún día encontrarás a alguien, lo sé.

Y volvieron al silencio.

Se fue pasadas las dos, sin comer nada. Aún tenía náuseas y en su cuerpo no entraba nada. Se despidió con un abrazo sincero y un “verás que pronto esto quedará en un recuerdo, y Fernando es fuerte y saldrá de esta”; aunque cree que no surtió efecto, porque tanto Mercedes como David la miraron con media mueca intentado aparentar una sonrisa.

Cuando se dirigía en coche a la clínica, el teléfono sonó y puso el manos libres.

-¿Macarena Guijón?-eran una voz de mujer con un acento que no supo identificar.

-Sí, ¿quién es?

-¿No me recuerdas?, soy tu tía Emilia, la hermana de tu padre.

¿Emilia? , no la había visto desde los diez años, cuando se despidió de toda la familia para marchar a Argentina a cantar copla en un cabaret. Después, su padre, militar férreo, no volvió a hablar nunca más de ella. Mujer liberal y abierta para su época, la consideraron la oveja negra de la familia. Para ella siempre fue un mito, una esperanza, una luchadora a la que idealizó durante mucho tiempo.

-Tía, cuanto tiempo sin saber de ti. ¿Estás en España?

-Sí, hija. Por eso te llamaba. Hace mucho tiempo que no hablas con tu padre, ¿verdad?

Ella no supo que responder, así que calló.

-Ya, ya lo sabía. No te preocupes, yo tampoco. Pero hace dos semanas me llamaron y tuve que venir. Tu padre está muy enfermo. Deberías venir.

En su mente se agolparon las imágenes de la última vez que lo vio, antes de marcharse de casa. Recordó la discusión a gritos, los insultos que le profirió y que salieron de su corazón a galope, sin orden alguno y que lo dejó sin palabras y a ella sin aliento.

-Te odio-le dijo-eres un ser maligno y deberías estar muerto. Te odio con toda mi alma. ¡No te perdonaré nunca!.

Todo ello acompañado de lágrimas y gritos. Su padre permaneció callado durante el enfrentamiento y todo terminó con un portazo y la salida de ella de aquella casa en la que todo le recordaba al sufrimiento de su madre.

-¿Estás ahí?

Macarena reaccionó.

-Sí, sí, tía. ¿Tal mal está?

-Sí, me temo que sí. Y sé que para ti es difícil, igual que para mí. No nos hablábamos desde hacía mucho tiempo. Pero ahora somos lo único que tiene y le queda poco de vida.

-Me importa un bledo-dijo en voz alta, aunque sólo quería pensarlo.

-Por favor, hija, no me dejes sola. Está mayor y cansado. Pregunta por ti constantemente. Tu madre lo hubiera hecho-ahí la remató. Su madre estaba muerta por su culpa, ¿hubiera acudido en su ayuda si se lo hubiera pedido?, seguramente sí, porque era buena persona.

Y por ella, sólo por ella, lo haría.

-Sí, tía, está bien. Iré. ¿Sigue viviendo en la misma casa?

-Sí, te espero entonces; ¿cuando vendrás?

Tenía que pedir permiso en el trabajo, seguramente tres días serían suficientes, no quería estar allí ni un día más.

-Mañana llegaré, sobre las tres, hoy tengo trabajo.

-Está bien. Cuídate. Te espero mañana entonces.

Cuando llegó a la clínica se encerró en su consulta y comió unas cuantas galletas. Tenía tres mensajes de Ernesto, pero no quería contestarle. Mañana le esperaban cuatro horas de viaje hacia la costa. Un viaje hacia el paraíso para algunos, para ella hacía el pasado oscuro que tanto le había costado olvidar. Dos días, eso es, estaría solo dos días y volvería de nuevo a su vida.

Otra vez ese revoltijo que se formaba en su vientre la hizo vomitar. ¿Qué habré tomado?-se preguntó. Después vio la imagen de la mujer que tenía en el posters de la consulta, con un bebé en brazos e intentó recordar la última vez que tuvo la regla. La última vez que utilizó un tampón fue hace dos meses, lo repasó mentalmente varias veces. ¿Cómo había sido tan estúpida?, estaba embarazada pero ¿de quién?. Intentó pensar los hombres con los que había estado en esa época y sólo había uno, Vicente, el jefe de cirugía. Sólo fueron unos minutos, una noche. Algo rápido que no la satisfizo y que olvidó.

Pero ahí estaba el resultado de su irresponsabilidad. Después pensó en el sueño que había tenido.

-Tienes que volver-le había dicho el anciano.

Y sí, volvería, llena de rencor y embarazada.

 

 

 
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