jueves, 24 de abril de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


OTOÑO-4ª PARTE

Vadin Rowling sería el mejor amante que tendría en mucho tiempo. Fueron a cenar al centro. Con él se sentía confiada. Fátima estuvo muy alegre durante toda la velada. Le compraron laddu y narkel, dulces hechos a base de leche, harina y azúcar.
Ella también disfrutó como una niña. En dos horas tuvo tiempo de conocer toda su historia. Era un hombre abierto. Así supo que su padre era un diplomático inglés y su madre maestra de escuela. Que le gustaban los coches deportivos y tenía vicio con las palomitas.  Sus padres vivían ahora en Londres y él, que siempre había vivido en Inglaterra, no quería renunciar a sus raíces. Por eso estaba allí. Llevaba un año como médico al servicio del Estado, para temas sociales.

-Pero después, ¿volverás?

-Sí, claro que sí. Allí tengo a mi familia.

Y la cogió de la mano con total naturalidad. María volvió a sentir ese calor extraño que recorrió sus entrañas la primera vez. Intentó disimular jugando con la pequeña. Pero él la miraba con insistencia.

Ella, sin embargo, optó por no contarle mucho sobre su vida. Tan sólo que era periodista y que había sufrido un percance durante una entrevista. Él no preguntó más, ni como había conocido a Fátima, ni como había conseguido sacarla de Pakistán.

Cuando llegaron al cuarto, sus manos todavía seguían unidas. La pequeña había comenzado a lloriquear y chuparse el pulgar, señal de que quería dormir.

-Bueno, has sido muy amable. Esta noche no la olvidaré.

-Yo tampoco.

Sus miradas seguían encontradas, traspasando mucho más que el cuerpo físico que los rodeaba. Ella no quería soltarlo y él no quería marchar.

-Si no tuviera a Fátima-pensó.

Se inclinó y la besó con tanta suavidad que el vello se le erizó.

-Tengo que entrar-le dijo-la niña está cansada y no tengo con quien dejarla.

Él sudaba, ella también. De repente, tuvo una idea.

-Dame un minuto.

Y entró como un huracán en la habitación. Marcó el número de recepción y una joven la atendió.

-Quería saber si tienen algún servicio de guardería.

La chica dudó, después afirmó.

-Sí, señora. No es algo formal, pero a veces cuido los niños de los viajeros cuando tienen que salir. Si espera diez minutos, subiré a su habitación y me indicará que hacer.

Vadin, por su parte, ya corría escaleras abajo para reservar otra habitación en la misma planta. María le dio instrucciones a la joven sobre la pequeña, que ya dormía sobre la cama que compartían.

-No te dará problemas, es muy buena.

Brinda, como se llamaba, era alta y morena, con el pelo negro hasta la cintura. Vestía unos vaqueros tan ajustados, que se marcaban como una segunda piel; pero llevaba un share en la parte superior y velo en el cabello. Un contraste entre dos mundos-pensó María.

También llevaba un libro.

-¿Estudias?

Ella sonrió.

-Sí, estoy en el Instituto.

-Bueno, aquí tienes mi nº de móvil, por si me necesitas. No estaré lejos.

Vadin la esperaba en la puerta, aunque era un hombre europeo, todavía tenía cierto pudor en algunas cuestiones. La joven sonrió pícaramente y se sentó en la butaca del pequeño balcón.

-No se preocupe, he cuidado muchos niños.


 
Cuando llegaron a la habitación nueva, él ya la estaba desnudando. Sudaban a causa del bochorno y la humedad, pero eso no importó. Sus manos se acariciaron mutuamente. Él fue tan impetuoso que ella se emocionó. Hacía mucho tiempo que no había estado con ningún hombre. Desde que rompió con su novio, cuando supo que estaba embarazada. Intentó pensar en los meses, pero eran demasiados.

Terminaron abrazados y despiertos, mirando como la luna llena se cubría de nubes.

-No quiero que creas que me acuesto con el primer hombre que veo, es que..

Él no la dejó terminar, le tapó su boca con la mano suavemente.

-No digas nada, no me importa. Sólo será una noche.

Ella lo miró, quiso ver a través de sus ojos grandes y oscuros, pero no lo consiguió.

-Sí, sólo una noche-susurró.

Y así permanecieron durante cuatro horas, en las que ni siquiera durmieron. Tan sólo se besaron y hablaron. María se sentía tan cómoda en sus brazos, que parecía que siempre hubiera estado así.

-Me parece conocerte de siempre-.le dijo.

-A veces pasa.

Ella se incorporó, tapándose los pechos con la sábana.

-A ti, ¿ya te ha ocurrido?

-Pues sí, alguna vez. No es la primera vez que lo hago.

-Bueno, lo supongo. Disculpa, es que hacía mucho tiempo que no estaba con alguien.

Se incorporó y comenzó a ponerse los pantalones. Él sonreía, todavía tendido.

-¿Ya te vas?, espera un poco, por favor. Fátima estará bien.

María sólo quería terminar de vestirse y salir de allí cuanto antes. Sabía lo que ocurriría si continuaba junto a él más tiempo. Era una enamoradiza empedernida que jugaba a ser liberal pero que soñaba con un príncipe azul que sabía no existía.

-Sólo existen capullos, unos más que otros-pensó.

En cambio dijo:

-No, debo irme, de verdad. Me preocupa alejarme tanto tiempo de ella.

Vadin se incorporó e intentó sujetarla, pero ella se zafó con habilidad. Le dio un beso rápido en la boca y el leve roce de los labios ya la estremeció.

-Ha sido muy bonito, pero tengo que irme, de verdad.

Y salió tan ràpido como pudo, alejándose de aquella atmósfera de enamoramiento absurdo de un desconocido, que quería evitar.

Brinda había cuidado a la niña muy bien. Ésta se había despertado pero había conseguido dormirla de nuevo cantándole alguna canción.

Le pagó y se tendió al lado de la pequeña. Durmió profundamente y tuvo sueños agitados en los que manos de hombre la acariciaban.

Cuando despertó, lo sabía, se había enamorado. Pero ¿Cómo podía ser si tan sólo lo conocía de un día?, ¿sería eso amor o desesperación?.

-No estás siendo realista. Concéntrate.-Se riñó a sí misma.

Para cuando dieron las nueve, las dos ya estaban vestidas y la maleta preparada. Faltaban aún unos días para que su vuelo saliera, pero el periódico le había conseguido una habitación en un hotel mejor, el JW Marriot.

-Te lo mereces-le había dicho Valentín-por todo lo que has pasado.

Preguntó en recepción por el hombre que reservó la noche anterior, si había dejado alguna nota o recado para ella, pero la respuesta fue negativa.

Se alejó en el taxi, mientras su corazón sentía una nostalgia extraña por algo que podría haber sido pero no fue.

El nuevo hotel era moderno y elegante. Tenía spa y gimnasio. Todo un lujo comparado con los hostales donde había tenido que alojarse. También tenía una guardería.

Lo primero que hizo, en cuanto estuvo en la habitación, fue llamar a Mercedes. Tanto ella como Marion le debían mucho. Había agilizado todo el papeleo de la adopción y no había tenido tiempo de agradecérselo.

El teléfono sonó tres veces y saltó el contestador. Le dejó un mensaje. Decidió entonces llamar a Marion, quería saber como estaba Celia. La llamaba todas las mañanas desde que estaba en la India. Así es como conoció la realidad de su amiga.

Marion cuidaría de sus hijos mientras Fernando estuviera en el Hospital.

-Pero no te preocupes, ella es fuerte-le dijo-Macarena está siempre con ella y bueno, ya sabes como son las enfermedades. Aunque sea grave, los niños son fuertes y tienen más posibilidades.

Oyó como Celia lloriqueaba a través del teléfono y se le saltaron las lágrimas. Su pequeña hija, a la que había dejado por la ambición de un reportaje. Su amiga, que ahora la necesitaba y con quien no podía estar en ese momento. Lo único bueno de todo aquello era Fátima. Por lo demás, aún no sabía si había merecido la pena.

-Marion, no sabes lo buena que es,-suspiró-…echo de menos a mi hija.

-Lo sé, María. Pronto estarás aquí. ¿Cuántos días faltan?

-Solo tres y estaré de nuevo en casa.

Marion no quería expresar su alegría, pero no pudo contenerla.

-¡Tengo tantas ganas de tenerla en mis brazos!; es lo que siempre he deseado. A veces creo, que nuestro encuentro no fue casualidad, que todo tiene un sentido, incluso lo malo. Aunque en ese momento no podamos verlo.

Y como María no podía abrazar a su hija, abrazó a Fátima, que se agarró a su cuello como si fueran a separarla de ella.

-Lo sé, Marion. Pero es que Mercedes no se lo merece. Primero su divorcio, después su hijo…

Ambas callaron, no había palabras. ¿Sería mala suerte?-pensó-. Y recordó la tarde en aquella cafetería donde la vio por última vez, pequeña y hermosa, con un genio tan decidido que le daba envidia. Recordó su sonrisa y sus problemas banales en la perfecta familia acomodada.

-Todos la queremos y estaremos con ella. Está deseando que vuelvas.

-Ya lo sé. Yo también. Dale un beso muy fuerte de mi parte. Intentaré llamarla más tarde. Un beso para ti también.

-Te quiero mucho, ¿lo sabes?

-Sí, lo sé.

Y colgó. El pecho le dolía. Hubiera deseado llamar a Vadin, si tuviera su teléfono,  y fundirse en sus brazos para olvidar lo que había de venir.

Decidió darse un respiro en el spa, dejando a Fátima en la guardería. Allí disfrutaría. Era una sala llena de juguetes de colores que le fascinaron desde el primer momento. Se agarró a unas muñecas de peluche con pelo anaranjado y se olvidó de ella. Mucho mejor. Así estaría más tranquila.

Compró un traje de baño en la tienda del hotel. Negro, sin pretensiones. Y el más barato también.

Dos horas entre burbujas de agua caliente y masajes, no habían sido suficiente para que olvidara lo que había pasado la noche anterior. Pensaba en él constantemente y quería evitarlo.

Por la tarde, ya más tranquila, organizó todos los apuntes que tenía sobre Bushra y lo vivido en Pakistán. Revivió los momentos en los que su vida corrió peligro, la huida sin saber a dónde y si saldría todo bien. Se sentía tan diferente en aquel país donde a la mujer todavía le quedaba tanto camino por recorrer.

-No me olvidaré de la promesa que le hice. En cuanto llegue a Madrid, buscaré los contactos que hagan falta para que puedan volver a su país y continuar su lucha.

Y ese pensamiento rondó por su cabeza hasta que llamaron a la puerta. No esperaba a nadie y para cenar irían al restaurante.

Un joven uniformado le dio una carta, que ella abrió a toda prisa. En ella, Vadin le decía que la esperaba en el hall, a las nueve.

Se emocionó, después se preocupó. ¿Cómo sabía que estaba allí alojada?. ¿Qué quería?.

Llamó de nuevo al servicio de guardería, se arregló como si fuera a tener una cita, aunque no estuviera muy segura. El único vestido que tenía estaba sucio y arrugado así que volvió de nuevo a los pantalones y camiseta. No podía hacer otra cosa.

A las nueve en punto María estaba en la entrada del hotel. Las manos le sudaban y tenía una emoción casi adolescente. En cuanto lo vio llegar, con rostro serio y aspecto despreocupado, supo que aquello no era una cita.

La saludó dándole la mano, con frialdad.

-Tengo que hablar contigo. Entremos en el bar, hay más gente y pasaremos más desapercibidos.

Ella lo siguió, él miraba alrededor como si temiera que alguien le siguiera.

Allí pidieron dos refrescos. Nada de alcohol, le había dicho, quería tener la mente despejada.

-¿Qué pasa?, ¿cómo has sabido que me alojaba aquí?

La miró con una media sonrisa. Tenía ojeras y la mirada apagada.

-Pregunté en el hostal, me dijeron el taxi que habías cogido y, bueno, ha sido fácil averiguarlo.

Tomó sus manos entre las suyas. Ella volvió a sentir calor en ellas, pero nada más, estaba a la expectativa de lo que tendría que decirle.

-¡Estás muy guapa!-exclamó.

-¿Para eso has venido?

Él agachó la cabeza y jugó con su vaso.

-No, debo decirte algo y es mejor que lo haga cuanto antes.

-Por favor, dilo ya. Me estás poniendo nerviosa.

La miró con tristeza.

-No puedes llevarte a Fátima.

María derramó el refresco y se levantó exaltada.

-¡Qué dices!, no pueden hacerme eso.

Le tiró del brazo para que se volviera a sentar.

-Por favor, escúchame primero.

Pero ella no entendía nada, tenía los permisos, el visado, el pasaporte y el informe favorable de Servicios Sociales, por cierto, expedido por él.

-He sido yo, he tenido la culpa. No debí pasar la noche contigo.

-Pero ¿qué dices?

-Verás, María, aquí las leyes son muy estrictas en algunas cuestiones. Ayer nos vieron juntos. Mi supervisor ha anulado el informe, cree que te estoy favoreciendo.

Se llevó las manos al rostro, no podía creerlo. Comenzó a llorar con rabia.

-Por favor, entiéndelo, pero no está todo perdido.

Ella levantó el rostro, todo sonrojado y alterado. Él cogió su barbilla en actitud paternal.

-Escúchame y tranquilízate.

María asintió y tomó un sorbo de la bebida de Vadin.

-Ahora, lo único que piden, es el procedimiento normal para cualquier niño que tiene que ser adoptado.

-¿Y cual es?

-Tendrá que pasar tres meses en un orfanato, dónde se le harán las pruebas necesarias para saber el grado de enfermedad. Después podrán llevársela, sus padres adoptivos, claro.

El pianista entró en el bar, la gente aplaudió. Comenzó a tocar la melodía de “Amélie” y sus notas se agarraron a su interior, volviéndola aún más sensible.

-Tú sabes tan bien como yo, que Fátima sólo tiene un retraso debido a la falta de atención. ¿No has podido hacer nada?

-Lo he intentado todo, de verdad. Pero la Jefatura de la Provincia ya ha emitido el informe. No consienten las relaciones entre los empleados públicos y las familias, están en el punto de mira por las denuncias de corrupción y ya sabes como es eso.

-Pero es absurdo, no lo entiendo. ¿Qué le digo a Marion?,  y la pequeña, ¿cómo va a sobrevivir sin una familia?.

-Aquí..-ella no le dejó hablar.

-¿Aquí?, ¿qué me vas a decir?, ¿que los orfanatos son hoteles maravillosos para los niños, dónde los cuidados son exquisitos y no pasan ningún tipo de necesidad?. Mentira, y lo sabes.

Se levantó llena de rabia.

-¿A dónde vas?, espera…

-No, no puedo, tengo que ver lo que puedo hacer. No me iré de aquí sin ella.

-Mañana por la mañana vendrán a recogerla. No puedes hacer nada, María.

Ella lo miró desafiante.

-Eso ya lo veremos.

Estuvo toda la noche despierta, llamando a unos y otros, al periódico, a abogados, tanto españoles como hindúes, pero no consiguió nada. A las ocho de la mañana, ella permanecía sentada en la cama, con Fátima en brazos, agarrada a su peluche y ajena a todo lo que le pasaría. La mecía cantándole nanas inventadas y esperando, con el corazón sobresaltado, a que sonara el teléfono.

A las diez menos cuarto, dos mujeres y un hombre, perfectamente identificados, se llevaron a la pequeña, que se alejó gimiendo y llorando. Ella sonreía, aunque la tristeza se la comía. Le dejaron toda la documentación y los datos del lugar donde estaría, el orfanato “Nueva Vida”.

-Al final sería su destino pasar por allí-pensó con amargura.

A pesar de que ella había tratado de evitarlo de todas las formas posibles.

-Puede venir, si quiere.

Pero no quería. Prefería no saber como sería. No pudo hacer nada. Se sentía derrotada.

Tenía que llamar a Marion y contárselo. Tendría que darle ánimos y explicarle que todo saldría bien. Pero ahora no tenía fuerzas. Se metió en la ducha y lloró amargamente todo lo que no lo había hecho hasta entonces.

Una llamada a la puerta la hizo reaccionar. Salió en albornoz a abrir. Allí estaba Vadin, igual de ojeroso que la noche anterior, con la misma ropa y aspecto de no haber dormido tampoco.

-Sabía que estarías mal-le dijo.

Y la abrazó con cariño mientras ella se refugiaba en su pecho.

-No te preocupes, sé que no confías en los orfanatos de aquí, pero todo saldrá bien. Yo te ayudaré.

María levantó el rostro, él le despejó el cabello mojado que le tapaba la frente.

-Si, yo. He dejado mi trabajo. Supongo que ahora necesitareis mi ayuda.

-¿Quién?

-Quien va a ser, tú y tu amiga. Si la aceptáis, claro.

Ella lo besó emocionada. Él la acarició de nuevo, como aquella noche, pero más despacio, sintiendo cada curva de su piel, como temiendo hacerle daño. Hicieron el amor y durmieron tan unidos, que no había espacio físico entre los cuerpos, porque se fusionaron en uno solo. Y si no fuera por la diferencia de color, nadie hubiera podido distinguirlos.

Para cuando se despertaron, ya eran las tres de la tarde.

-Venga dormilona, tenemos trabajo.

Ella sonrió por primera vez, desde que llegó al hotel.

-Ya intenté hacer algunas averiguaciones ayer, pero no conseguí nada.

Vadin la besó con amor, porque aquello era amor, no había duda-pensó María.

-Sí, pero hoy ya no trabajo para el Estado y soy libre. He hablado con mi padre, él todavía tiene contactos aquí.

Ella chilló y saltó de alegría sobre la cama, como si de una niña pequeña se tratara.

-Menos mal que no he llamado a Marion..-pensó.

Puede que, después de todo, sí volviera a Madrid con Fátima.

 
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